miércoles, 29 de junio de 2011

Cuentos de la Atlántida: Patatas para todos



Mike siempre fue un hombre de campo. Desde que sus padres ingleses vinieron a las fértiles tierras de Atlántida, él siempre cultivó la patata en los terrenos que compraron al pueblo de Pyoka. Incluso muchos lugareños comenzaron a trabajar para esas tierras, dada la pobreza de aquella gente. A la muerte de sus progenitores, las patatas de Mike se vendían a lo largo y ancho del país. Todo gracias al esfuerzo y dedicación de ya todo Pyoka, que ya veían a aquel británico como un paisano más.

Fue un lunes cuando empezaron los viajes a la capital de gran parte de la población. Volvían con sacos y sacos de patatas. Decían que se repartían gratis en el ministerio de Agricultura. Mike quiso interesarse por como se producía aquello y viajó personalmente a Poseidonville. Allí se encontró con una multitud de personas que se agolpaban delante de gigantescos camiones cisterna en busca de la ansiada patata. Imponentes militares tiraban el ansiado cargamento a la población. Por allí también pululaban algunos periodistas, que hablaban a las cámaras de "la venida del Estado del bienestar" o del "fin del hambre".

Cuando volvió, vió que muchos de sus trabajadores se marchaban con sus familias. Él les dijo que les subiría el jornal pero ellos no querían trabajar más para ganar algo que podían recibir en mayor número de la mano del Estado.

Ya nadie compraba patata a Mike. El pueblo laborioso se convirtió en fantasma. Él quedó como único habitante. Paseaba por sus calles, recordando saludos y invitaciones a la taberna. Finalmente, él también se fue.

De aquel campo ya solo quedó la tierra en desuso. Y como éste, todos. Eso sí, patatas para todos.


miércoles, 22 de junio de 2011

Respiro y sigo

Fuí como una pelusa que vuela y vuela sin saber dónde va a parar. No juzgues antes de saber, nunca me sentí cómodo en este museo de caras decorativas y corazones de papel. Todo me parecía a semejanza de una gigantesca feria de marionetas, donde todas son conocidas por lo que aparentan. Un mundo estructurado por castas, ríase la India.

Sin embargo, no lloro. Me arrepiento, no me sumé a la fiesta, pero no lloro. Sé que hice lo correcto. Aunque la tentación fue fuerte, darle la mano a alguien en una caída mutua, yo lo fuí todavía más. Ni un caballo de madera consiguió entrar en Troya. Sin embargo, ¿de qué sirve una existencia de soliloquio, por muy brillante que sea? Letras llenas de conocimientos pero faltas de chispa. Metí hoyos en uno pero nadie me felicitó por el drive espectacular.

¿Qué es esto? ¿Una lágrima o una gota de agua? La lluvia se confunde con mi pasado. Mi paraguas estaba abierto. Un trazo de Sol en el cielo nublado. Lo tiré y empecé a pasear. Unas vías tienen una dirección, fuí por el campo. Piso charcos, sacó la lengua para probar los reinos de Poseidón, ruedo por la colina a carcajadas. ¿Locura?

Un asco más bien, pero jamás me había revolcado en el barro. Asombroso cuánto puedes disfrutar cual puerco en pocilga.



lunes, 13 de junio de 2011

Derecho a dormir

" Lo más importante y lo que configura una vida feliz no es ser rico, fumar o ser libres para expresarse. Es, sin ningún género de dudas, dormir.

Hay unanimidad entre la población. Nadie puede negar que cuando más disfruta es cuando se tira en una buena cama. Sábanas blancas tapándole, un colchón adaptándose perfectamente a su columna vertebral, un espacio mínimo para retozar cual cerdo en el barro. Lo que une a la raza humana, al margen de religiones, .

Cerramos los ojos e imaginamos lo más bonito que nos ha pasado, está pasando o pasará en nuestra vida. Esa Champions del Barcelona, esa chica que nos gusta, ese coche que voy a tener cuando sea mayor...Aunque quizás pueden venirnos malos momentos: ese 0, ese rechazo, esa oportunidad que se escapó...Pero da igual, porque como en las "Coplas por la muerte de mi padre" de Manrique, "todos los ríos conducen al mar", es decir, todos terminamos sobados ante el empuje de nuestra persistente alegría o desgracia.

Una hora, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez y cuando lo requiere la situación muchas más. Porque en nuestro descanso pueden cruzarse sueños o pesadillas, un caballo blanco o negro, el agua o el fuego, ya que en ambos casos son imaginarios. Y es la imaginación lo que nos separa del resto de los animales, lo que nos hace dominarlos.

Despertar. En nuestra existencia jamás sentiremos un deseo similar de quedarnos en un mismo lugar más tiempo. Las legañas todavía viven en las comisuras de nuestros párpados y nos hallamos desorientados sobre dónde nos encontramos. Los que estén en una ciudad lejos de su hogar y luego hayan vuelto a su casa sabrán de lo que estoy hablando. ¿Ese Sol ilumina mi cama de mi infancia o de mi madurez?

Y sí, recuerden esta máxima: "El hombre más feliz es el que más tiempo pasa en la cama" El que puede quedarse remoloneando hasta la tarde, sin ninguna otra preocupación. Poner los pies en el suelo conlleva enfrentarse a un mundo hostil, que espera nuestro concurso para destrozarnos a la mínima.

Y por ello, defiendo que el derecho a dormir se incluya en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Muchas gracias."

Un sonoro aplauso retumbó en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Todos los representantes de los países aplaudiendo a una persona que descendía del estrado. El de España dándole un abrazo al pasar por su lado, el de Reino Unido estrechándole la mano con fuerza y el secretario general acompañándole hasta la salida, con la sala en pie y continuando con las palmas.

¿Saben quién era esa persona? Pues podrías ser tú. Sí, tú, amable lector. Dudo que logres dar un discurso en el edificio donde todos los países están presente pero ¿quién sabe? Un sueño como otro cualquiera.




domingo, 12 de junio de 2011

Notas de un asesino (II)

Aquel fue un gran día. Soleado en Nueva York. Tuve que ir en bermudas y con la camiseta de mi equipo, los Nothingham Forest. Parecía un turista y realmente lo era. Nunca había trabajado en la "Ciudad que Nunca Duerme" y aproveché para visitar alguno de los principales edificios tres horas antes de ponerme al asunto. Fui al Empire State, subí hasta el mirador de la última planta y no pude resistirme a mirar como un niño de 5 años el paisaje de acero y hierro. La modernidad, el progreso, la tecnología, en resumen, el ingenio de un hombre nunca satisfecho con lo que le dieron por naturaleza. En fin, los rayos del sol inundando las ventanas de decenas de rascacielos. Qué más se puede decir.

Tras estar dos horas rondando por allí, me fui a mi habitación del hotel International, ese que está al lado del Waldorf Astoria. No fuí a este último porque tampoco es que por ese tiempo tuviera demasiado dinero para lujos, aunque el contratista me pagó la mitad de la noche. Un detalle por su parte.

Me cambié de ropa veraniega a algo más de sport. Mis zapatos de footing de Nike, blancos con el logo en negro. Una sudadera negra de las de capucha y con las letras de Adidas blancas. Y un pantalón oscuro de deporte. Mi revólver con cinco balas ya cargadas en el bolsillo con cremallera de mi sudadera. Efectivamente, no soy de los de traje y pajarita. Me gusta estar cómodo y siempre tengo que calentar un poco antes de ir a por mi objetivo. Las precauciones son asunto serio, sobre todo si sospecho que voy a tener que correr.

Me puse a hacer estiramientos y a dar vueltas cerca del Central Park West. Eran las 18:23 según mi reloj. La presa pasaría por el Edificio Dakota a las 18:45, en su paseo rutinario hasta Strawberry Fields, el conocido monumento en memoria de John Lennon.

Antes que relatar su muerte, me detendré en analizar a este personaje tan conocido como controvertido. Su nombre creo que es conocido por todos: Michael Tysler. Este tipo, nacido en Utah, inició un movimiento pacifista en el 2005 que abogaba por la retirada de las tropas aliadas de la Atlántida. Convocó protestas por todo el mundo a lo largo de 5 años y su causa tuvo muchos seguidores que forzaban a sus respectivos gobiernos para el progresivo abandono del país. Estas presiones llegaron a desembocar en desorden público y en ataques indiscriminados contra las embajadas del país líder de la Alianza, EEUU. Michael en ningún momento condenó los ataques, pero sin embargo trasladó su residencia a la isla de Manhanttan, donde vivía bajo el mecenazgo de Bill Kotes, atlante exiliado y empresario perteneciente al sector de las energías renovables, cuya fortuna era obscenamente grande. No me detendré a analizarlo, porque podría sacar demasiado mierda y todo lo que tenían que decir esas adolescentes tailandesas sobre él...Ah, no, que nunca lo dijeron. Bueno, sigamos con Tysler.

Él sentía una extraña atracción hacia la figura de John Lennon. Siempre por la tarde, a la hora que antes he dicho, acudía al lugar donde le mataron sin escolta. Se quedaba una hora embobado con las flores que formaban el símbolo de la paz. Un animal de costumbres, tan fácil de cazar como una gacela herida.

Llegada la hora, me dispuse a ir hasta allí. Me lo encontré concentrado en todo lo que aquello significaba para la gente de su estilo (idealista, soñadora, todas esas chorradas...) Vestido con una gabardina verde que le llegaba hasta sus zapatos marrones, lucía su larga caballera con el orgullo de quien ha combatido al imperio y ha sobrevivido para contarlo. Al menos hasta ahora.

Hay compañeros de profesión que se acercan a las víctimas solitarias y lo matan en el cuerpo a cuerpo, bien con un tiro seguro, bien con un contacto físico que implica ahogarle o apuñalarle. En mi opinión,  lo hacen los que no confían en su puntería o los que son unos ansiosos de tocar carne. Menos mal que yo ya superé esa fase y he ganado una habilidad con la pistola bastante admirable por algunos de mis compañeros. Así que fue tenerlo a una distancia de 7 metros, sacar el revólver y disparar dos veces, un impacto al pecho y otro a la cabeza. Me alejé de allí como si tal cosa. Fin de la partida.

A la mañana siguiente compré todos los periódicos. Titulaban en grandes letras: "MICHAEL TYSLER R.I.P" o "MUERTO EL LÍDER DE LA PAZ". En páginas interiores narraban que fue encontrado por Margaret Bishop, una viejecita que mientras paseaba a su perrito lo halló tirado sobre el Strawberry Fields, con la sangre tiñendo la inscripción de "Imagine" con un rojo intenso. Sin duda, un cadáver muy artístico.

Recibí el pago en mi cuenta corriente de UBS al día siguiente. Huelga decir que era la mitad, ya que la otra me fue entregada al aceptar el encargo. En total, unos 5 millones de euros. Mi primer gran encargo. Y todo gracias a mi amistad con cierto miembro de la CIA. Aunque esa relación la describiré más adelante.

La cuestión es que ya tenía cartel internacionalmente hablando y por ello recibía encargos de todo tipo, desde liquidar a un opositor en Irán hasta planear el asesinato del presidente de Rusia. Tuve que rechazar muchos, pero acepté uno que me llamó la atención y que me hizo ser medíatico, por así decirlo ¿Vamos al 11 de diciembre de 2012?

CONTINUARÁ

sábado, 11 de junio de 2011

Notas de un asesino (I)



Hola, soy Henry Lewis. Escribo esto con el deseo de que se conozcan  mi vida y no sólo la que aparece parcialmente en los medios en tantas ocasiones. Eso de ser el hombre más buscado de Occidente me llena de orgullo y no por eso voy a dejar que otros opinen sobre mí. He aquí la verdad.

 Empezaré con una breve explicación de mi trabajo.Yo mato personas. No porque me caigan mal, sino porque me pagan por ello. Así de simple y claro. Tú me das dinero (mucho dinero, mi caché es elevado) y yo hago que una o varias personas desaparezca de este mundo. El negocio lleva funcionando así desde tiempos inmemoriales. Y no sólo este.

El quid de la cuestión no son las motivaciones por las que actúo. Es más bien el método. Cómo finiquitó una vida humana. Unos lo consideran el acto más atroz que podemos cometer. Yo lo veo como una forma de arte, la más complicada y bella de todas. Unos ojos que se cierran lentamente, la respiración que se apaga, la sangre que brota de un cuerpo...ningún cuadro o libro puede alcanzar esa conexión íntima con la persona que consigue el asesinato. Ese frío que recorre el cuerpo y esa sensación de elevarnos por encima de cualquier posicionamiento ético. Esa vida debía acabar y acabó. Quizás las razones no eran las correctas, pero quienes somos nosotros para dudar del valor del dinero. Alguien lo quería fuera y me renumeró para que estuviera fuera.

Vivimos y morimos. Ese es el flujo de nuestra existencia. Cortar el de otra persona significa convertirnos en dioses que se encuentran en una posición privilegiada frente al destino. Cuándo, cómo, dónde y quién. El "por qué" no tiene demasiado interés.

Aún con eso, prefiero las armas de fuego. Los puristas defienden las armas blancas. En mis inicios he de reconocer que degollaba a mis víctimas con un cuchillo, pero era un joven alocado sediento de vísceras. Tampoco tenía las preocupaciones de ahora. Antes lo hacía por diversión, por el mero hecho de pasar un buen rato. Ya he madurado, no voy destrozando las vidas de universitarias que tuvieron la pésima idea de pasear por el parque a la noche como yo. Me he vuelto un profesional y la velocidad con la que se ejecuta mi oficio resulta esencial. Un segundo de recrearse en el festín supone tu detención o tu defunción, dependiendo de la legalidad de los trabajos del individuo al que acabas de dar káput.

La rapidez hace a las cosas bellas. Sin que te des cuenta, te anotas a uno más en tu cuenta particular (sí, tengo una) Siempre me ha encantado mi trabajo porque lo hago limpio, sencillo y eficaz., lo que siempre conduce a una celeridad en el asesinato que a veces incluso me asusta.

Quizás no me comprendan y me etiqueten como un psicópata. Cuestión de puntos de vistas, yo les veo a ustedes como los auténticos psicópatas. Explotan a los países subdesarrollados para trabajar menos, se entretienen con fuegos de artificio mientras en otras partes del mundo hay dolor, se dejan gobernar por corruptos... En fin, "no juzguéis si no queréis ser juzgados", dijo la Biblia.

Bueno, creo que debería empezar a contar algo que a los que me lean les resulte familiar. ¿Les suena el 23 de febrero de 2012?

CONTINUARÁ



lunes, 6 de junio de 2011

Dedicado a tí



Muy pocas personas pueden ver o hacer esto. Unos pocos elegidos gozan de tal privilegio. Me considero un bendecido por los dioses, como un Aquiles del siglo XXI. No sé cómo no vienen los del National Graphic para grabar semejante espectáculo de la naturaleza. Es tan bella la vida cuando lo más grandioso se presenta en todo su esplendor.

Allí se encuentra, en su máxima altura, con la forma de una duna del desierto africano. Noble por el respeto que impone, bella por la curva que dibuja. Un pequeño hoyo corona su cumbre y un césped negro lo rodea. Cuanto más cerca se encuentra plantada del agujero, la hierba se hace más larga y espesa. Conforme se aleja hasta las faldas su presencia su manto oscuro se vuelve escuálido y débil.

La clave es que su altura puede variar. Empezar a encoger sin prisa y sin pausa. El arco desaparece. La recta va cobrando forma. Esto no puede mantenerse durante demasiado tiempo, ya que algo en su interior le reclama recuperar su posición inicial. Finalmente, una subida instantánea y todo vuelve a su normalidad.

Sigo siendo Aquiles, porque al igual que él, alguien me dijo en cierta ocasión: "Pues tu gloria y tu maldición caminan juntas de la mano." Y así es.



Y al prójimo...


 Se levantaba a las 12 de la mañana, se vestía de chandal, cogía las llaves, salía por la puerta, leía el periódico en el mismo kiosko, volvía a casa, comía las sobras de ayer, otra vez a la calle, daba un paseo por el parque, de nuevo al hogar, pedía comida china para cenar y después se dormía a las 12 de la noche.

Ese era el día normal de Martín, un parado que vivía en un piso de 30 metros cuadrados en un pueblo de las afueras de Sevilla. En su apartamento, formado de una sola habitación, había una cama de matrimonio, un frigorífico, un armario, un grifo de agua con un cubo de pintura haciendo de fregadero, un armario lleno de ropa deportiva, un baúl con candado y un televisor de 50 pulgadas. Se preguntarán cómo un hombre sin trabajo podía tener un aparato de mil o más en su casa. La respuesta tenía que ver con su pequeña pero importante labor en el tráfico de droga de la zona.

El señor que le metió en el negocio fue Marcelio Estrada, un mexicano que vió en ese pueblo una cabeza de playa perfecta antes de llegar a la capital. Conoció a Martín mientras él tomaba su octava copa en la cantina. Habló con él, acordó pagarle 10000 euros al mes a cambio de que guardase kilos de cocaína en su piso y desde entonces no buscó más trabajo en la agricultura local.

Al principio gastó el dinero en la televisión, en la entrada de un Renaul Mégane, en invitar a sus familiares de Extremadura a comidas en el Alfonso XIII. Hasta conoció a una mujer, Gloria, de 40 años,  los mismos años que él. Estaba divorciada y vivía con su octogenario abuelo en un campo cercano cultivando patatas. Fue, como se diría actualmente, "un flechazo". Estuvieron juntos y con planes de boda hasta que ella se enteró de la fuente de ingresos de su futuro marido. Fue al hablar con un señor de camisa morada y cadena de oro en la puerta del apartamento de Martín. Ese hombre no sabía que ella no conociese los negocios de Martín y le explicó el trato con todo tipo de detalles. Ese hombre tenía un nombre que les sonará: Marcelo.

Tras enterarse del entramado, Gloria montó en cólera. Rompió su relación con Martín y no le denunció a la Policía porque seguía enamorada de ese vago que vivía en un piso repleto de azúcar para la nariz.

Martín empezó a consumir lo que almacenaba. Contrataba a prostitutas cada sábado. Lloraba cada domingo. Hasta que un día decidió vivir porque respirar es un acto involuntario. Sin mujer, sin amigos, sin trabajo...solo dinero sucio que daba en comer a familiares de estómago agradecido y gestos condescendientes. No le llenaban, su amabilidad protocolaria habían encharcado las raíces del árbol social y no era posible que de sus ramas surgieran flores de amor solo sustentada por aprecio y no por necesidad mutua de compañía.

Dejó la sociedad. Adoptó su religión, la rutina mecánica. Ni la sorpresa ni la incertidumbre impregnaron sus acciones. Las certezas y la seguridad le dominaban.

Hasta que un día la esquiva alegría le guiñó un ojo y le gestualizó que se acercase. Un niño de 6 años, rubio y de cachetes rojos le siguió por el parque sin otro propósito que jugar. Cada vez que se giraba Martín, unos pelos revueltos tales la paja de granja asomaban del árbol más cercano. Siguió con su rutina y llegó a su piso. Allí sonrió tibiamente. Pequeño aperitivo de algo que parecía olvidado por una montaña de repeticiones.

No supo por qué jamás lo hizo. Pero lo hizo. Tres días después de aquel episodio fugaz, fue a pediatría del hospital de Sevilla. Pidió permiso a una enfermera de guardia para entrar con los niños a entretenerles. Ella dudaba. Él le dijo que esperase un segundo. A la hora volvió. Un sombrero blanco con mini-sombrilla roja tapaba su calva, una nariz carmesí su expresión triste y una bata blanca con adornos sustitutía al chandal. El hielo se transformó en líquido y ella le dejó pasar.

Él se contagió de risas desconocedoras de su escaso futuro. También de las de mi Daniel. Hasta su muerte  yo estuvé al pie de su cama. Unas lágrimas caían de mis ojos las veces que mi hijo  sonreía al ver a Martín con sus pintas extrañamente desternillantes. Cuando Daniel finalmente se fue, Martín no perdió el contacto conmigo ni yo con él. Que mi chico fuera una de las piedras que construyeron su nueva vida siempre lo tuvo en cuenta. Poco a poco él ya no tenía más coca en su casa. Tampoco dinero fácil. Pidió trabajo en el campo del abuelo de Gloria, ahora regentado por ella misma. La nueva dueña distinguió la naturalidad y la frescura de un niño. Únicamente le abrazó para palpar algo nuevo en Martín, la dosis de inocencia necesaria para sobrevivir a este mundo sin perder nada realmente valioso.

A mí me arrancaron a un hijo y a él una droga. A ambos nos dolió, la costumbre de lo bueno o malo nos hace depender enteramente de ello. Sin embargo, lo blanco o lo negro son colores de un lienzo que debe ser terminado para que comprendamos su hermosura. Puede que yo llamé a Daniel de forma inconsciente, puede que él tenga la tentación de tirarse a dormir un día entero. Lo seguro es el silencio por respuesta y un grito de Gloria para despertarle. Lentamente, nos adaptaremos ambos a la novedad de sus ausencias. Algo nos llenará. A él el amor de una amada y risas de niños. A mí... El mar no se quedará sin agua.










domingo, 5 de junio de 2011

Carretera de la vida

Andando por una carretera a las 7 de la tarde en invierno. Ha anochecido prematuramente. No ves nada ni por delante ni por detrás, tan sólo lo que pisas. Luz esporádica, coches que circulan. Los que vienen de tu espalda te señalan el camino a seguir, los que conducen con destino a tu punto de partida te sorprenden cual relámpago aunque intuyas su presencia en el horizonte.

No te preguntas por qué. Por qué andar. Por qué por la carretera. Lo único que te cuestionas es cuándo. Cuándo olvidarás. Cuándo acabará todo.

No hay nadie más, solo tú...y el campo. Unas ramas rompiéndose aceleran tus pasos y los grillos actúan de coro en tu travesía hacía lo desconocido. Si no sabes lo que pasa en la carretera ¿Fuera de ella? Risas enlatadas.

Piensas en dos horas atrás. Volviste a verla cuando ya dejó de ser motivo de tus suspiros. Fue más amable en 30 segundos de saludo que en 8 años de vecindad. ¿Por qué vuestros caminos volvieron a cruzarse cuando tanto te alejaste del contacto visual con ella?

Otra vez los ojos de sirena que te llevaron a las piedras del autoengaño. Maldita la sonrisa enseñando todos los dientes al mundo. Que dejara de tocarse el pelo y de provocarte inconscientemente. ¿Te miró a ti al darse la vuelta?  Tu corazón ha retornado de su exilio.

Convidado en piedra, un brazo enemigo rodeaba la cintura deseada. "Cariño", oíste de los labios que jamás te pertenecieron. Un beso. Odias ser carne y no acero.

Ahora tus pies no pueden más. ¿Son eso callos de haber caminado 7 kilómetros sin parar? El cartel demuestra que estás loco. Lo que te vuelve a bombear tras un largo letargo te recuerda que no puedes huir. Qué quieres que te diga, Dios es vengativo y ni siquiera un pecador autoimpuesto puede escapar a la conciencia de su propio ser. Duro sí, injusto por supuesto.

jueves, 2 de junio de 2011

Recuerdos de Sudáfrica

Lo he intentado mil veces. Me he puesto delante del ordenador, he empezado a teclear, he visto el primer párrafo y directamente lo he borrado. Creo que nunca podré hacer justicia por escrito a lo que presencié aquella noche. Porque no sólo fue el partido, fue el estar en la otra punta del mundo, el ver a gente de tantos lugares y el presenciar uno de los grandes espectáculos del mundo contemporáneo. 

Las personas esperando a que abrieran las puertas, con todas las pancartas y sus atuendos. El primer "guau" al ver el estadio por fuera y el segundo al verlo por dentro. La ceremonia inaugural, con sus luces rojas y luces señalando en todas direcciones. Shakira en directo, con 90000 personas bailando el Waka Waka al unísono. Mandela en un coche por el césped. El himno de Holanda, coreado por la aplastante mayoría holandesa. El de España, tarareado incluso por los sudafricanos. La pelota en juego. Los gritos ascendentes de "Holland, Holland" cada vez que necesitaban apoyo los naranjas. Las paradas milagrosas de Casillas y Stekelemburg. El pitido final que indicaba la prórroga. La tensión muda de todo el estadio. Y el gol de Iniesta, ese que todavía guardó en mi retina a muy buen recaudo. 

Aquel fue el gol de una nación, que de una manera o otra jugaba en el Soccer City. Todos estábamos en la piel de Iniesta en aquel minuto 116. Todos recibimos el pase de Cesc tras esa jugada trastabillada. Y todos tiramos con hasta la última de nuestras fuerzas. 

España necesitaba una alegría, un orgullo, un Mundial del deporte más medíatico del país y aquella noche lo tuvimos. Yo fui testigo. 


















miércoles, 1 de junio de 2011

Némesis

Este mundo es tan maravilloso que necesitamos a alguien que nos lo tambalee de vez en cuando. No es esa persona especial con la que caminamos de la mano (por no decir algo más censurable...) Más obligatorio que eso en esta vida es un rival.

Sí, señores, un rival al que respetemos y temamos a partes iguales. Un ser con el que competimos en todo, sin excepciones. Nuestra relación con él se basa en la batalla rutinaria. Nuestras derrotas son objeto de befa y mofa por su parte, pero nuestras victorias...¡Oh, nuestras victorias! ¡Recordadas por siempre jamás!

Cada vez que nos vemos frente a frente, una bola de pelo recorre el espacio que nos separa. El mundo se para para ver otro duelo al sol. Quien desenfunda más rápido, gana. No importa el arma, todo vale en esta interminable guerra. 

La Historia me da la razón. Pompeyo y Julio César, Carlos V y Francisco I, Hitler y Churchill, Nadal y Federer, Madrid y Barcelona, Internet y Mozilla Firefox... Nos alegramos cuando cae y nos guardamos de errar, ya que él estará allí con el dedo acusador para dejarnos en evidencia. Desde una perspectiva negativa, nos hunde en los malos momentos. Siendo positivos, saca lo mejor de nosotros, nos hace competitivos.

Y en el fondo, sabemos que sin ellos todo tendría menos gracia. Jugamos al ajedrez con un paleto y perderemos desganados, competimos contra él y hasta nuestra última neurona se centraría en conseguir el jaque mate. 

¿Somos enemigos? Sí, pero ninguno de mis amigos conoce tanto mis fortalezas y mis debilidades como él.