jueves, 29 de septiembre de 2011

Ya no existe

Esa vieja camioneta... ¿la recuerdas? Con el motor malgastado por los años, el verde despintado por la lluvia y sus lunas reventadas por ese bastardo de Manuel. Recorrimos Europa con esa chatarra, durmiendo y comiendo en el maletero descubierto. Seguimos a ese rebaño de ovejas con tres botellas de vodka en las venas y rompimos la valla fronteriza con Austria ante la siesta del guardia.

Ahora ya no existe, mi padre la vendió por 4.000 euros a ese empresario que solo le interesa la chapa....

martes, 27 de septiembre de 2011

Viejo amigo

Ya no tenía ganas de escribir. Cada palabra le resultaba extraña, cada frase se le hacía larga y cada párrafo se presentaba selvático. Daba largos paseos, buscando una historia que enganchará, que diera magia a los que lo leyeran y que fuera música para los ojos.

Lo logró una vez. Un cuento que sonaba a mar, a olas y a viento. Tenías el relato dentro de tí y no en tus manos. Así lo hacía él. Su pregunta, su constante pregunta fue: ¿Cómo?

De sueños vive el hombre y de milagros el gran hombre. Dejó de ser lo segundo con el último elogio, vacío de sentimiento pero lleno de interés. El nombre da mucho más que la propia persona.

Se suicidó desesperado por el cómo y sin fijarse en el por qué. Una lástima, se fue dejando el rastro de balada.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Playa de sueños

El sol iba surgiendo en el horizonte, iluminando las aguas del mar. Aparecía tímido, es probable que perezozo, pero con fuerza. Yo estaba sentado cerca de las olas que subían y bajaban constantemente. En mi mano derecha, un paquete de Malboro; en la izquierda, un mechero. Ya tenía uno en los labios cuando oí un grito:

-¡Tonto! ¡No fumes!

-Yo hago lo que me da la gana.

Oí como sus pasos se alejaban de mí. Me dí la vuelta y dejé el vicio en la arena.

-Lo siento, no quería...- le dije con mis mano en sus hombros. Ella se revolvió.

-Vete a la mierda- Se alejó con un andar dubitativo. Empezó a llorar.

Caminé tras sus pasos. No me costó mucho alcanzarla y ponerme en frente suya. Sus ojos estaban empapados.

-Haz lo que te dé la gana pero...-La corté con un abrazo.

Nos quedamos en silencio quince segundos. No cambió la posición del sol, el reloj no avanzó horas, no tuvimos que cambiar de calendario, aunque para mí que estuve rodeándole con mis brazos durante siglos. El mar nos hacía de coro.

Finalmente, la miré tocándola unícamente en los dedos de su mano.

-Lo siento.

-No, no, no- alejó su mano de la mía- Tú haces lo que te da la gana.

Todavía con lágrimas en los ojos, me sonrió sarcastícamente y comenzó a imitarme, como si fuera un rinoceronte que va a arrasando todo su paso.

-Qué mala eres- le guiñé el ojo y le dí un puñetazo amistoso en el brazo.

Ella me pegó un poco más fuerte. Fingí como si me hubieran matado. Me dió otra vez la mano, con un rayo de sol iluminando sus ojos. Yo me acerqué a ella, hasta que mi tripa se chocaba con la suya. La besé en la cabeza.

-Te quiero.

-Yo también...pero siempre harás lo que te da la gana- puso una voz ruda y tosca, parecida a la mía.

Me reí a carcajadas. Como ella.

Y su sonrisa me alegró la vida.

sábado, 3 de septiembre de 2011

1A

-¿Auriculares?

-No, gracias.

La azafata continuó ofreciendo cascos al señor de la 1C. Marcos, en la 1B, siguió leyendo el periódico que había comprado en el Relay. Pero no podía pensar en otra cosa que no fuera el asiento 1A.

"Ojalá hubiese venido", decía su egoísmo. "Debería haberme quedado", apostillaba su humildad. "¡La quiero!", gritaba su corazón.

No arrancaba todavía el tren. Cada segundo que pasaba allí le tentaba a abandonar el tren y correr hasta donde hablaron por última vez.

-¿Qué sientes por mí?- le cuestionó ella.

-Lo más grande de este mundo.

-¿El qué?

-Amor.

¿Cuándo podría volver? No lo sabía, al igual que la mayoría de lo que ocurre en este mundo injusto y cruel. Tan solo conocía lo más importante: que ella estaría allí a su vuelta para darle un abrazo. A lo mejor es lo único que necesitaba tener seguro.

-¿Me echarás de menos?-le susurraba ella mientras le abrazaba.

-Por supuesto.

-¿Por qué?- se apretaba un poco más contra Marcos.

-Porque eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo y no voy a dejar escaparlo.

-Perdone, ¿me deja pasar?-un señor de canas blancas y barba de tres días esperaba en el pasillo.

Marcos se levantó y el anciano pasó a sentarse al 1A. Volvió a tirarse al asiento. Miró de reojo a su lado. Soltó una lágrima.