Ya no tenía ganas de escribir. Cada palabra le resultaba extraña, cada frase se le hacía larga y cada párrafo se presentaba selvático. Daba largos paseos, buscando una historia que enganchará, que diera magia a los que lo leyeran y que fuera música para los ojos.
Lo logró una vez. Un cuento que sonaba a mar, a olas y a viento. Tenías el relato dentro de tí y no en tus manos. Así lo hacía él. Su pregunta, su constante pregunta fue: ¿Cómo?
De sueños vive el hombre y de milagros el gran hombre. Dejó de ser lo segundo con el último elogio, vacío de sentimiento pero lleno de interés. El nombre da mucho más que la propia persona.
Se suicidó desesperado por el cómo y sin fijarse en el por qué. Una lástima, se fue dejando el rastro de balada.
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