domingo, 24 de julio de 2011

Notas de un asesino (V)

Soy raro. Quizás por ello trabajo en lo que trabajo. Aunque me siento afortunado, tiendo a sentir lástima por lo que hago. Se lo merecen, sí, me pagan por ello, sí, pero son personas como yo al fin y al cabo. Me ofrecen cantidades de dinero desorbitadas que acepto, a pesar de que siempre me parezca poco, muy poco.

Sé que continuamente pretendo justificarme, con argumentos que realmente son ciertos para mí, pero eso no quita que sea malo, porque lo es. Me considero un enganchado a su droga, que consume más y más, a veces poniendo en riesgo su vida. Yo antes planificaba quedarme solo con mi víctima, ahora liquido en presencia de otras personas. Digamos que busco la ola perfecta, aunque realmente no exista.

Lo que más acerca a esa hipótetica "ola perfecta" es el asesinato por motivos sentimentales. En eso entra la venganza, la defensa propia o por amor al arte. Sí, ya lo expliqué al principio, matar es un arte, aunque también sea un lucrativo negocio. Esta nueva condición del asesinato no te deja disfrutar realmente, se convierte en una rutina que puede llegar a destrozarte no como ser humano (eso se da por supuesto cuando has segado alguna vida), sino como ser racional.

Conocí, no hace mucho, a un equipo de cuatro ladrones serbios que iban de mansión en mansión del mundo robando joyas. Planificaban cada paso, cada disparo, cada detalle. Tenían un lema: "Nadie se defiende, llaman a la policía". Todos llaman, menos aquel chalado del lago Como que se cargó a tres con una recortada y reventó la pierna al restante.

Creer que los humanos somos una secuencia de acciones y reacciones, que es lo que suele pasar cuando los billetes no te dejan ver tu nariz, puede acortar tu vida de forma drástica. Para evitar eso, yo hago de vampiro.

Estoy en un bar, palpo el ambiente, me fijo en una chica, me acerco sin ahuyentarla, converso, la invito a una copa, a dos, a tres, le acompaño afuera para liarnos, le beso...y le hundo el cuchillo en el cuello.

Mi pasatiempo, para innovar un poco. Más o menos he descrito un día poco inspirado, aunque me gusta masticar lentamente antes de engullir. Siempre las elijo con cuello bonito y desnudo de colgantes, cascabeles o demás. Y no, nunca he probado la carne humana, ni tampoco he saboreado la sangre. Pero la idea de un monstruo que sorbe la sangre de sus víctimas para sobrevivir me resulta...interesante.

Siempre recordaré mi primera cacería. Tenía 19 años. Ya había asesinado en otras ocasiones, pero pasaba por una época vacía y sin sentido. En pocas palabras, me había enamorado de la chica equivocada.

Ariadna. 18 años. Morena, rellenita, buena delantera y trasera. Una zorra que se beneficiaba a todo lo que se moviera. Menos a mí. Sabía de mis pequeños vicios y prefería mantenerme como amigo especial, a una distancia considerable del resto de sus conocidos, eso sí. Quedaba con ella y hablábamos durante horas. ¿Sobre qué? Su padre era policía y ella tenía unos conocimientos muy útiles sobre cómo analizaban la escena de un crimen y demás. Poseía la capacidad de hipnotizarme y la usaba en su provecho. Practícamente podría decir que éramos una pareja divorciada, en la cual yo siempre le pagaba una pensión que gastaba en sus amantes.

Un sábado, decidí acabar con ella. Compré una navaja suiza, me la guardé en el cinturón y me puse guantes de plástico. Camisa verde, AXE y mis mejores vaqueros. Fuí a la discoteca y allí me la encontré, con un modelito corto y azul y con su lengua metida en la garganta de un rubio con pinta de inglés. Le toqué el hombro. Ella tardó en reaccionar. Cuando me vió, dos besitos en la mejilla y el rubio a paseo. Me sonrió con sus ojitos cerrados. Más borracha de lo que suponía y eran las doce. La llevé al sillón que había en el límite de la pista de baile. Me ofreció un cigarrillo. Yo acepté. Ella me acarició la rodilla. Calentarme y divertirse mientras oía sus historias. Sucia perra.

Tuve que resistir la tentación de escucharla. Simulé lanzarme y le dije que me apetecía ir al baño. La llevé de la mano a los retretes con cerrojo. Gracias, baños mixtos.

Se arrodilló y me abrió la cremallera. Tan bebida, hasta a mí.

Su padre la encontró con su cabeza sumergida en un vater atascado y con la nuca abierta por la navaja que estaba tirada en el suelo. Los forenses encontraron restos de semen en la comisura de sus labios. No les sirvió de nada, mi manguera jamás apunta a otra cosa que no sean las plantas.

Asesinato y sexo. Un combo tan macabro como espectacular, el cual repetí en diversas partes del mundo. Pero fue irrepetible, fue mi ola perfecta. Intento llegar a tal nivel de perfección en todos mis trabajos, nunca logro ni acercarme. Solo pasa una vez en la vida.

¿Hablamos de mi infancia?

CONTINUARÁ

 







 

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