miércoles, 20 de julio de 2011

Niñez

Siempre han existido hombres extraordinarios, los cuales regalan al mundo unas historias igualmente extraordinarias. En el caso de Alessandro Randuccio, hay una discordancia entre persona y relato. Él fue un ser bienintencionadamente cruel que, sin embargo, posee una de las vidas más extrañamente atractivas que puedas encontrarte a lo largo y ancho de este mundo.

 Su padre era un putero y su madre una de sus putas. Viajaban por todos los pueblos italianos en busca de clientes. Al darse cuenta de que una de sus trabajadoras se hallaba embarazada, su padre biológico se deshizo de ambos en los Alpes mientras él continuó con su exportación del placer sexual.

Su madre caminó al sur con el niño hasta que paró deshidratada en Aosta, una próspera ciudad en tiempos de la Pax Romana. El cura recogió a la mujer para llevarla a su parroquia. Allí tuvo al protagonista de nuestra historia, un 4 de marzo de 1790. 

Su madre estuvo recuperándose hasta que varias noches después desapareció sin dejar rastro, por lo que el bebé pasó a ser el hijo de aquel cura...y de su amante. Sus nombres eran Pietro del Nero y María Randuccio. No podían procrear dada la condición de éste, así que lo trataron como un hipótetico fruto de su amor, prueba de ello que fue bautizado en secreto con el nombre preferido de él y con el apellido de ella.

Su infancia transcurrió entre una buena educación dada por su padre adoptivo, versado en filosofía y teología por sus estudios, y un comportamiento bipolar de su madre adoptiva, la cual le trataba con cariño y desprecio a partes iguales, por aquello de que tenía que aceptar que no era suyo.

Ya desde joven se fue viendo que se inclinaba más al infierno que al cielo, pese a los esfuerzos de Pietro. A los 8 años, se dedicó a vender por los pueblos del valle de Aosta presumibles cabellos, huesos o dientes de santos, que en realidad se trataban de trozos de cadáveres enterrados en la parroquia. Pero los lugareños no dudaban en comprarle a ese chaval moreno, flaquito, hablador y con una sonrisa de oreja a oreja.

A los 12 años se fue del pueblo. La aventura le llamaba y, sobre todo, la mar. Desde temprana edad había oído a los marinos que estaban de paso por el pueblo, relatando capturas de peces, conquistas de mujeres, asaltos a barcos o descubrimientos de tesoros. Él querría volver otra vez a su tierra para hacer lo mismo (nunca volvió, pero ya se contará por qué)

Llegó hasta el puerto de Génova, donde se coló en el bargo genovés "Buena Fe" que le llevó hasta Cádiz. Hasta aquí lo absolutamente verificable por la memoria del sacerdote Pietro, los carteles por todo el valle alertando de la "estafa de las reliquias" y los testimonios de marineros genoveses de dicho barco que declaran haberle visto entrar en Génova y salir en Cádiz. A partir de entonces, seguimos con la historia o empezamos  con la leyenda, juzguen ustedes.




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