martes, 1 de septiembre de 2015

La revolución traicionada de Podemos

¿Recuerdan cuando Pablo Iglesias iba a ser presidente del Gobierno? ¿Recuerdan cuando el PSOE estaba en la UVI? ¿Recuerdan cuando Mariano Rajoy era un zombie político? ¿Recuerdan cuando Albert Rivera se asomaba a la política nacional pero no terminaba de protagonizarla?

Espero que sí, porque esto fue hace menos de un año.

Ahora todo ha cambiado. Y es imposible saber si de aquí a las elecciones generales de finales de 2015 el clima político seguirá igual. Sin embargo, hay un proceso que parece inexorable e inmutable: la traición a la izquierda libertaria que supone Podemos.

Esta puñalada por la espalda al socialismo de base obrera no es ni mucho menos novedosa. Sin duda, a todos se nos viene a la cabeza la situación griega, con un Tsipras aceptando un acuerdo de rescate europeo diametralmente opuesto al programa izquierdista con el que ganó las elecciones. Sin embargo, yo prefiero ir algo más atrás, a la Inglaterra de los años 40, a lo que escribe en El león y el unicornio el periodista y escritor Eric Blair, el cual pasaría a la posteridad como George Orwell: 

La historia de los últimos siete años ha dejado clarísimo que el comunismo no tiene la menor posibilidad de éxito en Europa occidental. El atractivo del fascismo es infinitamente mayor. En los países de habla inglesa nunca tuvieron una presencia seria de verdad. El credo que difundían podía ser atractivo sólo para un tipo de personas bastante infrecuente, que se encontraba sobre todo en la intelectualidad de clase media, es decir, el tipo que ha dejado de tener amor por su país, pero que sigue sintiendo la necesidad del patriotismo, y que por lo tanto desarrolla sentimientos patrióticos hacia Rusia. Hacia 1940, luego de trabajar durante veinte años, y tras invertir grandes cantidades de dinero, el Partido Comunista Británico apenas contaba con 20 mil miembros, cifra de hecho menor a la que tuvo en sus comienzos, en 1920. 

Ciertamente, ese comunismo o socialismo ortodoxo ha estado apoyado, al menos en los países occidentales, por las clases medias pudientes (intelectuales, periodistas, profesores universitarios, sindicalistas no obreros) o directamente por algunos sectores de las élites adineradas. Son aquellos que solo pueden ganar algo con un cambio de sistema si ellos son los que los que lideran esa rebelión. Con Podemos se repite este mismo esquema.

Al mencionar la falta de amor hacia su patria, pero la necesidad de sentimientos patrióticos, vemos aquí la constante referencia de Pablo Iglesias a los "verdaderos patriotas" (por supuesto, él es uno de ellos, si no el que más), mientras que desprecia de manera sistemática los símbolos de España o "Estado español".

En paralelo, Podemos alaba la valentía del pueblo griego o los avances de Latinoamérica. La Transición española, un proceso que, aún con defectos, ha sido sencillamente insólito en el mundo, no han merecido las alabanzas de estos "verdaderos patriotas".

Pero, ¿son estos verdaderos socialistas, aquellos que traerán un nuevo sistema?

No rotundo. Si Podemos fuera una auténtica fuerza revolucionaria, habría apostado por la confluencia con otros partidos de similares ideas tras las europeas, un frente popular que sería imparable en el sector ideológico de la izquierda y que sin duda sepultaría a un PSOE desgarrado. Pero ellos, contrarios a cualquier lógica largoplacista o trascendental, decidieron desplazarse al centro y pactar con el PSOE en autonomías y capitales españolas, facilitando la consolidación de los socialistas y dejando claro el objetivo de Podemos: tener sillones y manejar presupuesto.

Y, así, con esta muestra de ambición cortoplacista, Podemos renunció a gobernar España, ya que se ensució en acuerdos con ese PSOE que antes era casta y ahora, merced de unas reuniones en los reservados, se transformaron en un partido que podía ser socio. 

Sin duda, a Pablo Iglesias le dio vértigo hace un año, con esas encuestas  y decidió ser una formación política de centro con ramalazos y gestos izquierdistas, más chic que antisistema, que nunca apostaría por una verdadera unidad de fuerzas sin personalismos. En suma, traicionó a la revolución, algo que empieza a inquietar a los socialistas convencidos. Veremos cómo lo gestiona.







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