jueves, 15 de mayo de 2014

Godzilla, el terror omnipotente


"La arrogancia del hombre está en pensar que él controla la naturaleza y no al contrario."

No, señores, esta no es sólo una película de bichos grandes zurrando a otros bichos grandes o de la destrucción gratuita de grandes ciudades. Va un poco más allá en su planteamiento, sólo hay que molestarse en ver más allá de la promoción comercial y, sí, pensar.

(Si has visto la película, prosigue leyendo. Si no, tienes dos opciones: disfrutarla antes de ponercon esto o sencillamente continuar para ver si puedo convencerte de las virtudes de este largometraje)

Realmente han sido listos los productores de la película al no mostrar a los contendientes de Godzilla. Alguien desinformado sobre la mitología del rey de los lagartos habría pensado que esto trataría de algo parecido a King Kong, con un engendro inmenso campando a sus anchas por Nueva York. También podría haber recordado el público aquella versión de Roland Emmerich sobre este personaje, perpetrada a finales de los 90 en un intento de emular el éxito de Jurassic Park (con una especie de Tiranosaurio Rex realmente grotesco y con sus crías, una suerte de velocirraptores truchos).

Pues ahí que va la película y nos introduce a dos monstruos colosales más, los MUTOS. Son los primeros que aparecen en pantalla y arrasan con todo lo que ven ante la impotencia de los habitantes del planeta. Es más, son pareja de hecho (las llamaditas entre uno y otro) y se disponen a reproducirse, con las fatales consecuencias que ello acarrearía para nosotros. Todo parece perdido, hasta que surge de su escondite un ser brutal y primigenio: Godzilla.

Esto genera terror y espanto, ya que a Godzilla quisieron cargárselo en anteriores ocasiones con bombas atómicas. Conocían que era un ser anterior a la Humanidad misma y no sabían de sus intenciones. Finalmente, el rey de los lagartos se enfrenta a los MUTOS, acaba con ellos y vuelve a su anonimato submarino.

Estos acontecimientos tienen reminiscencias de mitologías como la griega, donde los olímpicos dirimían sus diferencias en la Tierra con múltiples destrozos, y, por supuesto, nos trae a colación la idea del Dios activo y todopoderoso cuyas intenciones resultan incomprensibles para el pueblo llano. Realmente no había motivos para atacarlo, pero ahí estaba, en nuestras aguas, un reptil inmenso de más de 100 metros. Un miedo lógico, por supuesto, aunque únicamente se sustentara en su superioridad sobre nosotros.

Sencillamente, Godzilla estaba para restablecer el equilibrio en la naturaleza y para reparar nuestras acciones contranatura (los MUTOS, seres prehistóricos, se alimentaban de la radiactividad del núcleo terrestre y nosotros les ponemos un buffet libre de centrales nucleares). Evidentemente, esto es ciencia ficción y no debemos temer un ataque monstruoso a la central de Garoña, pero lo cierto es que el miedo a la intervención de la divinidad ha sido una tónica en nuestras civilizaciones, incluso en la nuestra, con ese Apocalipsis descrito por San Juan.

Esto se trataba pues de una batalla para salvaguardar el estado de las cosas y fue Godzilla el que finalmente se levantó para acabar con el desorden que tanto aterroriza a la especie humana, aquel en el que no tienen capacidad para actuar y en el que se encuentran indefensos. Pasa mucho con las catástrofes tales como tsunamis o terremotos, donde la muerte deja paso al reproche de dónde estaba Dios, de por qué no intervino para salvarnos. 

En conclusión, Godzilla representa una poderosa metáfora de la incomprensión y del pavor que nos provocaría la súbita aparición de un Ser Superior. Intentaríamos matarlo de todas las maneras posibles, a pesar de que fuera la diferencia entre la vida y la muerte. Así lo han relatado los mitos en multitud de ocasiones y, probablemente, así sucedería pese a sus demostraciones de poder. Terminado el peligro, simplemente desaparecería voluntariamente, como aquel que, conociendo nuestra misma naturaleza, considera que no podemos aguantar una presencia constante, sólo la puntual y casi definitiva de la debacle.







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