lunes, 12 de mayo de 2014

Sexo onírico

Él cerró los ojos y se despertó. La cama olía a jazmín y eso le dio fuerzas para levantarse de un salto. Silbaba el himno de la Unión Soviética mientras se quitaba los calzoncillos del ayer. Fue llegar a la ducha y que la emoción de la marcha comunista le hicieran cantar en un ruso casi perfecto. El agua caía en su cabeza, el Palacio de Invierno ha caído. Alá es grande, aroma del cielo. No queda gel, camarada.

¡Viva la Revolución!

Llueve, casi diluvia allá afuera. ¿Paraguas? ¿Chubasquero? Mejor americana, vaqueros y camiseta roja. Mojarse, morir, da igual, el momento.

Tostadas relucientes, con la mantequilla extendida. Se le quitó el hambre, a la basura con ellas. Qué tarde, las 9. Correr, correr, el tiempo vuela de veras. Ascensor roto, por las escaleras. Un cigarrillo, señor, que no tengo. El humo viaja en metro, nadie se queja. Jazmín, nada de ese obeso sudando al lado. Jazmín 

Las 9,15. Son 30 minutos tarde y ha puesto todo perdido. Se rompió el paraguas de tanto viento...

Un momento, ¿paraguas?

Bueno, una ráfaga huracanada ha quebrado las varillas, ya no sirve para nada, el agua se cuela por todos lados. El jefe le grita babas y, en una mesa de la esquina, tecleando concentrada, un regalo de Dios. Ella. Diosa distante, de labios de cereza y melena rubia...

Un momento, se acerca. ¡Se acerca!

Qué canalillo. Vestido apretadito de leopardo. No puede ser verdad. No lo es. Se apoya en tu pierna, Mario. Te acaricia la pierna. Te muerde el cuello, te susurra que no sabe tu nombre y que dónde están los informes de contabilidad.

Hay tema.

Trabajar para qué, un aumento ya, ¿estamos en tercera o en segunda persona? Le agarras de la corbata, le ruges que quieres más. ¡Dónde está la pasta! Despedido, vuelva cuando quiera, pase unas buenas vacaciones y aquí tiene las llaves de mi Audi.

Sales a la calle, el Sol brilla. Silbas para un taxi. Cielo santo, la rubiaza en bikini rojo montando en una bicicleta roja. A juego todo. Puño levantado. Gemido. La revolución, camaradas.

Qué cuerpo. La derribas de su bicicleta y le arrancas el sujetador. Estáis en la calle, decoro, nada de misionero. Torso desnudo y pechos turgentes. Él o ella, quién tiene mejores senos. Frota tu cuerpo, vamos. Venga, dalo todo. Mano arriba, mano abajo. La zambomba. Con arte. Gemido. Suavemente. Ya.

Controla el balón. El campo sabe que va a pasar algo, silencio de misa. Viene un defensor, lo zafa con una ruleta. Un salvaje por detrás, pero él, digo, él pone el turbo. Exclamación del respetable, quedan dos minutos para el pitido final. ¡Defensa, defensa!, reclama el portero francés. 

Defensa, defense, ¿importa?

Ahí está, borde del área. Un rival antes de la portería. Gigante de pelo oscuro y mueca de simio. Autopase y superado. El guardameta sale de su guarida. El destino del país en una baldosa. Él mete la punta de la bota por debajo del esférico, que se eleva lejos del cancerbero. 100.000 almas en pie. Va a ser gol, va a ser gol. Gol. Sus pechos. Gol.

¡Gol!

La grada explota. Él corre por la línea de fondo apuntando a su escudo y detrás de la valla publicitaria, ella desnuda. Tiras la camiseta, te deshaces de las calzonas. Él dentro. Empuja. Embiste. Mano arriba, mano abajo. Dale a eso. Acelera. Zambomba. ¿Ya?. Un poquito más. Sí, ya.

Fin. Rutina. Él abrió los ojos y durmió. 







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