miércoles, 7 de agosto de 2013

Promesas nocturnas

El mar por la noche, calmado, tranquilo, sin las inquietudes diurnas de las gaviotas pescando. La orilla podría decir lo mismo, si no fuera por los sollozos de una mujer que deambulaba con aire embriagador. Había bebido pocas copas para olvidar y muchas para salir a la luz de la Luna.

¿Qué les pasaba a los hombres? ¿Por qué se había convertido en una chica de usar y tirar? Eran preguntas que rondaban su confundida cabeza. La experiencia no le daba ninguna respuesta y necesitaba eso, algo de luz sobre las razones de sus desventuras.

Cuerpo de tigresa, mirada de cordero. Cada chico que le daba tiempo y atención la derretía, se autoconvencía de que sustituirá a aquel chico que le dio su primer beso a la salida de clase. En todos veía aquella sonrisa amplia, aquellos ojos azules y ese pelo azabache que brillaba cuando te entretenías acariciándolo. 

Cada promesa se rompía con estruendo. Lágrimas, borrachera, más lágrimas, la llamada de un interesado desconocido y vuelta a empezar.

Hablábamos alguna que otra vez y me contaba sus historias con los chicos. De sus labios salía  el dolor por su pasado mezclado con la esperanza por el hombre que transitoriamente le alejaba de una depresión inevitable. Yo le decía que seguro que algún día encontraría a su chico de sonrisa amplia, ojos azules y pelo azabache que brillaba cuando lo acariciabas. Ella me sonreía con irónica aflicción y seguíamos charlando hasta que una falsa resurrección de su primer beso le apremiaba a marcharse con él.

Esta vez yo interpretaba el papel del interesado desconocido que se dirigía hacia ella para rodearla con sus brazos y darle consuelo. Sólo el tiempo diría si soy uno más o uno.

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