¿Qué les pasaba a los hombres? ¿Por qué se había convertido en una chica de usar y tirar? Eran preguntas que rondaban su confundida cabeza. La experiencia no le daba ninguna respuesta y necesitaba eso, algo de luz sobre las razones de sus desventuras.
Cuerpo de tigresa, mirada de cordero. Cada chico que le daba tiempo y atención la derretía, se autoconvencía de que sustituirá a aquel chico que le dio su primer beso a la salida de clase. En todos veía aquella sonrisa amplia, aquellos ojos azules y ese pelo azabache que brillaba cuando te entretenías acariciándolo.
Cada promesa se rompía con estruendo. Lágrimas, borrachera, más lágrimas, la llamada de un interesado desconocido y vuelta a empezar.
Hablábamos alguna que otra vez y me contaba sus historias con los chicos. De sus labios salía el dolor por su pasado mezclado con la esperanza por el hombre que transitoriamente le alejaba de una depresión inevitable. Yo le decía que seguro que algún día encontraría a su chico de sonrisa amplia, ojos azules y pelo azabache que brillaba cuando lo acariciabas. Ella me sonreía con irónica aflicción y seguíamos charlando hasta que una falsa resurrección de su primer beso le apremiaba a marcharse con él.
Esta vez yo interpretaba el papel del interesado desconocido que se dirigía hacia ella para rodearla con sus brazos y darle consuelo. Sólo el tiempo diría si soy uno más o uno.
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