lunes, 12 de agosto de 2013

Lavado sea el camión

La única vez que vi a Virgen María fue cuando yo tenía 15 años. Me encargaba de limpiar los grandes automóviles que solían descansar en la zona recreativa. Él conducía un camión muy poco común en España, de estos enormes que salen en las películas americanas. Un "tren de carretera" con la cabina de tracción pintada de verde manzana y con sus dos remolques de blanco marfil. Tuvo la suerte de que no había nadie en el parking de la estación de servicio y pudo aparcar el vehículo ocupando todas las plazas en horizontal. Se bajó del trailer lentamente, ya que tenía una prótesis de madera en la pierna que le dificultaba moverse. Una vez en el suelo, me exclamó: 

-¡Lavado sea el camión!

Extendí la manguera de agua hasta la parte posterior del remolque y le di un chorreo por las zonas con arena acumulada. Virgen María me seguía trabajosamente, con una cojera producto de tener la pata de palo más corta que su otra pierna. Se acercaba a mi espalda cuando limpiaba cerca de las ruedas o de la cabina de tracción. Así me fije en su ojo de cristal con el iris verde pálido, mientras el otro poseía un azul intenso y muy vivo. El natural se movía como el de un camaleón, supliendo con creces al desaparecido.

Una hora después, el camión relucía con la luz del sol. Virgen María sonreía con orgullo paterno y me soltó alegremente un billete de 50 euros, sin pedirme el cambio. Se aseguró de que nadie podía entrar en su trailer y luego me invitó a tomar algo en el bar de detrás de la gasolinera. 

Al entrar allí, mi padre, el dependiente del bar, lo saludó con sorna

-¡Ave María, llena eres de gracia!

El camionero escupió en el suelo y gruñó:

-Estoy hasta los huevos del puto mote.

-No es mi culpa si jamás has mojado- le espetó mi padre.

-Yo estoy comprometido y no tengo interés en mojar.

-Es verdad -mi padre sacó de debajo de la barra un vaso bajo y la botella de Jack Daniels -tu compromiso de metérsela por el tubo de escape al camión...

Virgen María dibujó una sonrisa agria.

-¡Lavado sea el camión! 

Mi padre echó dos dedos de alcohol al vaso y se lo acercó a Virgen María. De un buche se lo bebió y pidió más. Mi padre le sirvió otros dos dedos de Jack.

-Tío, que voy a conducir luego- le suspiró Virgen María.

Mi padre asintió y le llenó el vaso.

Estuvimos hablando mi padre, Virgen María y yo hasta que cerramos por la noche. Nos contaba las proezas de su camión, como cuando viajó desde Gibraltar a Roncesvalles sin parar en la gasolinera o la vez que le ganó una carrera a un Ferrari en una autopista alemana. Para él, su camión tenía componentes cuasi divinos, que jamás había fallado una entrega. Nunca nos especificaba lo que entregaba, siempre se refería a "cosas", sin darle mayor importancia. Eso no quitaba que en ocasiones tuviera a perseguidores que le disparaban, "ratas", como él las llamaba.

Prometió volver cuando entregara el cargamento en Marbella, pero jamás regresó. Se rumoreó que unos mafiosos chinos le seguían la pista y que intentaron asaltar su camión en la carretera de Tarifa. El remolque arrastró al mar a los mafiosos y a Virgen María, donde se hundió sin dejar rastro. Los peritos apuntaban que no había explicación plausible a su desaparición, que algo de tanta envergadura tendría que quedar atrapado en las rocas. Nunca se sabrá si Virgen María murió con su Dios o si el trailer obró un nuevo milagro. 

Lavado sea el camión, allá donde estés.


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