viernes, 3 de febrero de 2012

El diablo que me encontré en la carretera

Conducía rápido, atrás había recuerdos. Mis pelos se movían con violencia en mi cara. La flecha subía de 100 a 120, de 120 a 140... La carretera no acababa y ya había perdido el dónde. Un cartel luminoso apareció de la penumbra y me gritó: "Estación de servicio a 5 kilómetros"

Fuí frenando. Necesitaba un trago. O dos.

Ya tenía la vía secundaria a la derecha. Casi no distinguí ese local de farolas rotas y motos desgastadas en la entrada. Al menos había un hueco grande para que pudiera aparcar mi descapotable de pintura azul rayada por la llave de algún criminal sin pelos en la barbilla.

Entrar en un bar donde tú eres la única mujer se parece a una lapidación. Todos te miran fijamente, como si tuvieran que juzgarte por hereje, vigilando que no entres en su reino de sudor y vasos vacíos. Lloran por dentro, farfullan por fuera.

Acercarse a la barra, silbar al camarero cojo para que te ponga una caña y que aparezca un galán peinado que apostille: "Lo mismo que la señorita". Ligar en acciones.

-Podrás ser el tío más guapo de este desierto,-Realmente lo era. Ojos verdes, sonrisa de truhán veneciano y torso de escultura griega clásica-pero hoy toca bebida y abstinencia.

-Yo no seduzco a bellas mujeres, sino que hablo con ellas-me cogió mi caña y se la llevó a una mesa al lado de la puerta-Y sobre todo si las veo con problemas.

-¿Y qué problemas tengo yo?-me senté a su lado y él golpeó su jarra contra la mía con un delicado toque.

-Si especulo, y especulo bien,-se recolocó su corbata de terciopelo negro-diría que huyes de algo, aunque no tengas un rumbo determinado. Por ello te has parado en este local, que es el único en 150 kilómetros a la redonda, y estás charlando conmigo, ya que puede que yo te ilumine un destino que realmente sabes pero que todavía no has averigüado.

-¿Y cuál es mi destino?

-Preguntas mucho, escuchas poco. En tu interior se encuentra, yo tan sólo te daré la vela para que lo encuentres. Aunque visto de lo que huyes, puede que deba ser este bar tu destino.

-Quizás sea mi destino ir contigo, ¿no?-él sonrió burlón mi ironía.

-Adonde me dirijo yo no hay tan buena cerveza como ésta. Y tus cachetes rojos demuestran que el alcohol para tí es algo esencial.

-¿Me llamas borracha?

-De ningún modo. Las personas que disfrutan de la vida jamás son borrachas, sino más bien personas eficientes.

-¿Tú disfrutas de la vida?

-Disfruté de ella. Ahora hago que los demás la disfruten tanto como yo, hasta que llegué el momento en el que me puedan acompañar.

-¿Y yo aún no puedo?

-Demasiado joven y con mucha vida por delante-un pitido desde un Lincoln en marcha enfrente de la entrada-Me tengo que ir.

Se levantó y me cogió el brazo para besarme la mano.

-Por cierto, ¿cómo te llamas?

Se detuvo con la puerta abierta y esbozó una sonrisa.

-Tengo muchos nombres, pero ninguno me hace justicia.

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