-¡Tierra!
-¡Que no, que es un reflejo!
-¡Tierra!
-¿Quieres callarte ya?
-¡TIERRA!
-Y dale...
Barba de una semana. Sujetado a una tabla del barco que explotó "sin motivo". Ya ni se acordaba por qué iba montado allí. Sólo sabía que era español, ya que lo balbuceaba y lo pensaba. Oh, sobre todo lo pensaba.
-Mira la foto...
En el bolsillo de su agrietada chaqueta conservaba algo. La foto de una asiática, de cara pálida y labios rojos. El pelo lo tenía suelto, mostrando lo largo y negro que era. En el dorso de la foto, una simple sentencia escrita en castellano: "Te quiero"
Ya no podía seguir despierto. Se deslizaba a las profundidades del mar. El tiemplo nublado no ayudaba a mantenerse firme.
-Un momento...
Cerró los ojos. Se sumergió sin sentir que se encaminaba al final. No reaccionó cuando no pudo respirar oxígeno. El peso de su ropa hizo el resto.
-Aquí tiene a su hijo.
Un muchacho de tres kilos con ojos semirasgados y ojos azules yacía en los brazos de la joven asiática. Por la ventana, la belleza moderna de Seúl. En la habitación, ella, el niño y un reloj. Las doce de la mañana. Acariciaba al bebé y fisgaba en el reloj con ojos impacientes. Nadie llegaba.
Dos toques en la puerta.
-¡Adelante!- exclamó ella en su español aún deficiente
Un ramo de rosas rojas y blancas le cubría la cabeza y el torso. Se asomó por la izquierda.
-¡Hola, amor!
-¡Hello, amor!
Dejó las rosas en la ventana. Se acercó a ella y le dió un beso en los labios. Cogió al niño, que empezó a sollozar timídamente.
-¿Hermano?- susurró ella
-Al final fue en el barco de esta mañana. Ya debería llegar.
El niño tenía sus ojos.
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