Un día pensé matarlo.
Cogí un cuchillo de cocina. Lo afilé con el tenedor. Practiqué con la almohada por donde iba a rajarle, sin llegar a romperla. Y esperé hasta las 3 de la noche, tomando un litro de Coca Cola y un paquete de patatas fritas en mi vigía.
El rugir del lobo domesticado. Comenzaba la fiesta.
Salí por la ventana de la cocina con el arma blanca en la mano. Al final del jardín, el perro asomado a la valla, gruñendo y con ganas de entrar en la casa de mi familia. Fuí acercándome, sin prisa pero sin pausa. Me fijé en que se trataba de un bello Golden Terrier. Poco me importaba.
Le localizé el cuello y apunté con la punta del cuchillo...
Un golpe en el pecho me tiró al suelo. El vecino cruzó la valla con una escopeta de bolas de goma en su mano. Me pisó la mano para que soltara el cuchillo al que seguía aferrado. Tuvo que insistir hasta que lo tiré a lo lejos. Dibujó una leve sonrisa en sus dientes amarillos y me dijo:
-La próxima vez te dispararé a la cabeza y con balas de verdad.
Me faltaba la respiración. Solo podía observar como aquel tipo de 30 años me desafiaba teniendo yo 10 años.
CONTINUARÁ