Te levantas a la una y media. No hay nadie en casa, por lo que solo llevas la ropa interior. Te sirves una Coca Cola con dos hielos y abres un paquete de Ruffles originales. Te tumbas en el sofá de tu salón y enciendes la televisión. Le das al play del DVD para seguir viendo la serie que dejaste anoche a las tres. Cuatro capítulos de un tirón. Después te vistes con camiseta y bermudas. Tienes ganas de un paseíto por la ciudad, llevas mucho tiempo en reposo. A la mitad del camino, te paras en una cafetería. Donut y café con leche, deliciosa merienda mientras el sol inicia su pérdida tras los edificios.
Llegas a casa bajo el amparo de las farolas. Sacas unas hamburguesas del congelador y echas aceite a la sarten con sumo cuidado. Tras una lucha por no quemarte las manos al darles la vuelta, te queda como resultado dos trozos de carne mediocres culinariamente y suculentos moralmente. Terminas de cenar y te vas a la cama, no sin antes consultar las novedades que te deparan las redes sociales. Y tras responder a todas y cada una de ellas (con chats imprevistos incluidos), sientes que tu día ha concluido satisfactoriamente.
Digamos que son pocos los días que se presentan así. Digamos que son días anodinos y solitarios. Pero también digamos que son pura libertad. La definición gráfica del "lo que me da la gana". Quizás nunca lo confiesen, pero todos necesitamos nuestro momento interiorista.
Un día también representa una forma de hacer arte, como el cine. A esto le podríamos llamar un "día de autor", que nadie comprende, salvo el que lo vive. Un alivio, ya que no se pueden compartir con nadie.
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