sábado, 7 de mayo de 2011

La fruta con nombre de pájaro

Mi mano, al rozar el kiwi, siente cosquilleos. Si cerrara los ojos y lo acariciaras sin saber qué es, me creería que mis dedos están bailando sobre un bosque de pocos pelillos que hunden sus raíces en un terreno yermo y frío. Lo aprieto y puedo notar lo cambiante de su forma con una mínima fuerza. Cede sin explotar a la presión de mi pulgar y, cuando lo retiro, el original tarda en reponerse de la huella de mi dedo más rechoncho.

Me fijo en su color marrón, con un brillo especial por su híbrido entre metal manejable y fruta. Su forma es la de cilindro con una base parecida a la barriga de una embarazada y una cumbre que antes fue unión con su árbol.

¿Aburrido? Debemos cortarla para ver belleza. El olor interior es de desayuno sano a la par que vomitivo y de que una mezcla con yogur es más deseable. No podemos comparar ese olor con otro, pero sin embargo el olfato nos sitúa en diversos escenarios sensoriales cada vez nuestra nariz lo detecta en el ambiente.

Verde su esencia y negras las pepitas que rodean su núcleo claro. Cada pepita forma un surco corto y hay que tener en cuenta que ninguna parte del núcleo es libre de un pepita negra a su alrededor. Su núcleo no cede ante mi índice, es evidente que es el “hueso” del fruto. Blanquecino y sin ser perfecto morfológicamente hablando, el “hueso” solo es uno cuando el kiwi no ha sido cortado, pero no se puede mirar si no es cortándolo. Dividir para profundizar.

Es un sabor extraño sin duda. Cualquier otra fruta cae en la monotonía, mientras que el kiwi siempre sorprende. También es contradictorio, ya que pasa de dulce a ácido en el tiempo que masticas una vez. Si te detienes en su gusto distingues algunas pepitas que tragas sin preocuparte apenas de su existencia. Debes recordar que, aunque una pepita desaparezca, la otra de su misma rajada ocupará su futura labor de que el kiwi cruja levemente cuando tus dientes decidan trabajar.

Devoras con paciencia y el ácido va ganando peso frente a lo dulce. No es negativa esta sensación. En el kiwi, que este sabor venga de la mano con su estado líquido lo hace pasar por un chupito servido en un local de noche.

El kiwi no es solo una fruta. Es un pájaro con origen en Australia cuyo pico alargado y que no pueda volar le hace un animal muy especial. Ídem con la fruta. Peluda y rechoncha por fuera, verde y con fluídos incluidos en caso de apretar más de la cuenta, el kiwi te golpea a la vez que te acoge en el más extraño y jugoso mundo que te puedas imaginar.

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