miércoles, 25 de mayo de 2011

Costumbre de amar

Maria. Como si de un té inglés estuviésemos hablando, siempre pasaba por delante del bar Kiko a las 5 de la tarde. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Rutina de anciana inmutable. Antes el Vaticano se hacía república que ella cambiaba su itinerario de paseo. Eso sí, nunca se paraba a tomar algo.

Y no sería por falta de oportunidad. El Kiko, dueño del susodicho bar y hombre de edad avanzada, siempre le tentaba desde la barra exterior: "Pero María, preciosa, un zumo de naranja" Ella gruñía un rechazo y proseguía con su camino, incluso a veces acelerando su ritmo de paso. Kiko se embobaba con el pelo rubio canoso de ella que se movía con el viento. También con sus vestidos de flores tropicales con fondos azules o rojos. Le parecía la viejecita más coqueta que había visto en su vida. Entonces el reflejo de su cara demacrada y con lunares negros en una bandeja de metal le devolvía a su realidad y acto seguido amenazaba con la misma a los tabernarios burlones de la barra exterior.

María y su camino sin paradas. María y sus vestidos florales. María y su bolso amarillo de correa larga. Pensamientos recurrentes de Kiko cuando cerraba el bar al anochecer y se disponía dormir detrás de la barra en un jergón. Sus tiempos de pechos jóvenes y traseros lisos habían acabado. El gusto de lo añejo y el tacto de lo arrugado movían ahora su mundo. La belleza del buen vino y de la buena mujer, que es cuestión de más y más tiempo en la bodega de la vida.

No veía como atraerla, cómo hacer que ella se interesara. Decenas de zumos de naranja sin respuesta tuvieron que pasar para que se diera cuenta de que "dar viene antes que recibir"

El pitorreo general al ver a Kiko desposeído de su camisa blanca y sus pantalones verdes para estar con un chandal de Adidas y unas calzonas de deporte que dejaban ver sus piernas huesudas se vió recompensado por la aparición de María a las 5 de la tarde por delante del bar. Él empezó a andar detrás de ella, no sin ciertas toses exhortándola a que bajara su ritmo. Ella se fue parando hasta que se giró para susurrarle entrecortadamente:

-Mañana un zumo, Kiko ¿A las 5?

-A las 5.

María se alejó lentamente del bar siguiendo su tradicional camino  y él esa noche solo soñó con naranjas.

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