domingo, 29 de mayo de 2011

La noche desde una botella



"Era una noche oscura de Londres. Mike fumaba..."

Otra vez bloqueada. A Clara no le salía nada desde hace tiempo. Siempre empezaba por la misma frase, un tal Mike de Londres dándole al vicio humeante en absoluta penumbra. Se replanteaba la escena: ¿Allí no funcionaba la Ley Antitabaco? ¿En Londres alguna noche era total, dado el volumen de carteles luminosos y pantallas resplandecientes? ¿Y por qué seguía obsesionado con Miguel? Esto último le llevaba rondando la cabeza desde hace meses. Lo habían dejado en enero y aún en noviembre seguía dándole vueltas, con todos los protagonistas de sus historias llamándose Michael, Michelle, Miki...

Con lo buena que estoy, pensaba la parte masculina de Clara, y que siga comiéndome el tarro por ese subnormal. En esos momentos de medio bajón, una botella de vino tinto gritaba desde detrás de su portátil rojo. Dos buches y parecía que las musas guiaban sus dedos por el teclado.

"-Es oscura la noche en Londres-susurró para sí Mike mientras se fumaba un cigarrillo.

Lo mismo, exactamente lo mismo. Su sueño recurrente, Miguel con la colilla entre sus labios adentrándose en las tinieblas de las calles madrileñas tras cortar con ella. En estos diez meses no habían tenido contacto de ningún tipo. Clara en principio tuvo una ligera tentación de marcar su número, pero su orgullo se lo impidió. Después fue su dignidad y actualmente el odio era su obstáculo. Porque apreciaba a alguien que no le correspondía. Y a ella debían corresponderla. Cabello moreno y reluciente hasta los hombros, pechos del tamaño del Teide, piernas recién barnizadas y dientes con la luminosidad de un faro de puerto. Cuatro razones para acceder al desnudo de cualquier tío en cualquier momento. Pero no de ese tío, Miguel, siempre tan altivo, siempre tan misterioso, siempre tan fumador.

Si te quiere te llamará, declaró la nostalgia rencorosa. ¡Pero vamos de copas, él ya es pasado!, gritaba la renovación. Quiero hablar con él, musitó su corazón.
Clara volvió a la bebida. Miró a la ventana de su habitación. La Luna colgaba del firmamento nocturno y llamaba a los rezagados en casa con el embrujo de sus mares. Alcohol, antídoto para el recuerdo, potenciador de la soledad. Sabía que debía pasar página, lo malo es que en esa página estaban impresas las odas a un amor tan vergonzoso como verdadero.

"Un hombre silbaba nervioso mientras el sol salía al oeste de Madrid"

Tendría que escribir encima de la misma hoja.

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