Había vuelto, pero nunca se marchó realmente. Estaba
escondido, en un oscuro rincón, anhelando regresar cuando las cosas volvieran a
su habitual descontrol. Fueron años extrañamente tranquilos hasta entonces, en
los que la razón brillaba por su presencia. Todo terminó en un cerrar de ojos,
de sus ojos de mar en paz.
La vida recobraba su rutinario
absurdo. El día y la noche se confundían en los cristales de la botella verde.
Nada y todo sucedía a su alrededor. El tiempo solo corría para aquellos que
vivían, para los que pensaban poco, para los que eran felices, para los que
ignoraban mucho. La esperanza agonizaba sin morir.
Se lavaba cada cierto tiempo con sus pesares mientras el mundo descansaba de sus quehaceres
diarios. Precisamente fue excluido de los
mismos al no presentarse durante jornadas enteras sin justificación previa. El pozo se
cavaba solo.
Ya quedaba poco. Todo se apagaba en su interior mientras el
mundo proseguía su camino. Rendirse de vivir era el pensamiento recurrente.
Algo sucedió, sin embargo. Un destello, un rayo, un segundo,
un saludo en el ascensor.
Un espejismo.
Una razón.