jueves, 27 de marzo de 2014

Desierto escrito

Érase una vez un muchacho que caminaba por el parque...

"Muy visto."

Homero le dio a la tecla de borrar. La pantalla iluminada y limpia en una habitación estrecha y oscura, un ambiente alejado de distracciones mundanas.

Un muchacho paseaba por el bosque en la oscura noche...

" Esto parece un cuento barato de terror, pero quizá..."

Un muchacho paseaba por el bosque en la oscura noche. El silencio tenebroso se rompía por sus lágrimas...

"Horrible. Eliminar"

Homero Elías Durand, nacido el año 1968 en Bogotá, capital de Colombia. Hijo de Gonzalo Elías y Mari Carmen Durand, profesores de Historia. Le bautizaron Homero por la pasión que sentían ambos hacia la mitología griega y también hacia los libros clásicos. Todos sus descendientes tendrían nombres de pensadores y narradores de la Antigüedad, se prometieron ellos tras el parto. 

Pero esa promesa no pudo cumplirse. Gonzalo Elías fue apuñalado por un criminal tras resistirse a entregar su cartera. Homero no llegaba al año.

Mari Carmen no pudo encontrar al asesino de su marido. La policía no contaba con medios o estaba infectada por la corrupción, según quién te cuente. La madre de Homero decidió irse del país. Se trasladó a España con su hijo. Les esperaba allí un mejor futuro.

La hierba del bosque se estremecía. Un joven gimoteaba en la oscura noche. 

Un joven gimoteaba en la oscura noche. La hierba del bosque se estremecía...

"Mejor"

Un joven gimoteaba en la oscura noche. La hierba del bosque se estremecía con cada lágrima derramada. Se tapaba la cara, no soportaba su pesar líquido...

"¿Pesar líquido? Lo de "la hierba se estremecía" me gusta, pero maldita sea, pesar líquido..."

Mari Carmen encontró trabajo como profesora de Arte Clásico en la Universidad de Navarra. Buen sueldo, un ambiente humanístico y seguridad. La madre de Homero fue recuperando las ganas de vivir, aunque nunca volvió a tener otro esposo. Sólo tenía ojos para su pequeño, al cual le instruyó para ser perfecto en la medida y en el conocimiento.

Su guardería y su parque de juegos eran la biblioteca pública. Ya con 9 años poseía una competencia histórica comparable a la de cualquier licenciado en la materia y un nivel de expresión en latín, griego y español similar al de los mejores literatos del pasado. 

En el colegio ya dio retazos de su carácter orgulloso y condescendiente, bordeando incluso la chulería. Los profesores llegaban a ponerle dieces sin necesidad de hacerle exámenes. Ya tenían suficiente con tenerle en clase y aguantar cómo les humillaba dialécticamente con sus constantes interrupciones. 

Sus compañeros le tenían por un dios. Infundía respeto con esa voz soprano, con su riqueza intelectual y con su melena oscura. Muchas chicas suspiraban por aquel colombiano de mirada desafiante. Él las usaba, las encandilaba, las manejaba, las tocaba, jamás se las quedaba. Sólo amaba lo que no sabía.

Un joven gimoteaba en la oscura noche. La hierba del bosque se estremecía con cada lágrima derramada. Se tapaba la cara, no soportaba existir. La crueldad de una maldición que jamás le abandonaba...

"Más directo, más simple"

Un joven gimoteaba en la oscura noche. La hierba del bosque se estremecía con cada lágrima derramada. Se tapaba la cara, no soportaba existir. Cruel maldición que no abandonaba su vida, que le impedía respirar aire puro. Todo contaminado por una necesidad inalcanzable, por un sueño imposible.

Al terminar sus estudios obligatorios, se matriculó en la Universidad de Navarra, cursando la doble de Historia y Filosofía. Realmente no le enseñarían nada nuevo, pero así estaba cerca de su madre y tenía tiempo libre para profundizar en otros campos del saber. Comenzó a hacer los primeros esbozos del que sería su primer y único libro hasta la fecha, "Infinito".

"Me gusta este párrafo, empecemos con el segundo."

Golpeaba el suelo con rabia. La esperanza, dama esquiva que...

"¿"Dama esquiva que" o "dama esquiva" sin más? Lo suyo sería una metáfora, un símil, una referencia a... ¡Eureka!"

Golpeaba el suelo con rabia. La esperanza, dama que se resistía a ser cazada. La desesperación, hechicera de incautos. Anhelo y melancolía, dos caras de la misma diosa Diana, aquella que castigaba al mortal curioso de conocer su verdad desnuda, convirtiéndole en ciervo víctima de sus certeras saetas. 

"Ideal. Un poco de reposo."

Homero guardó sus avances y salió del angosto cuarto. Un loft con cocina, salón y dormitorio, con un balcón que se asomaba a Central Park. Además, era ático, por lo que no tenía a nadie por encima. Eso fue lo que le convenció para pagar 20 millones de dólares por él.

Se acercó a la despensa de roble y sacó el bote de café. Abrió la puerta de su frigorífico alemán y agarró un bote de leche. Cuando le dijeron que la residencia incluía servicio, él contestó que no se fiaba de empleados cuyo vínculo de lealtad se sostenía por dinero. 

Una matrícula de honor tras otra. Su nombre ya empezaba a hacerse famoso por los círculos académicos e incluso trabajos suyos para la carrera eran traducidos a distintos idiomas para su publicación en revistas especializadas. Su forma de narrar los acontecimientos, a caballo entre la jerga y lo llano, gustaba y mucho entre los profesionales del campo. Al terminar la carrera, instituciones como el British Museum, el Metropolitan Museum o la National Geographic se interesaron por contar con sus servicios. Él rechazó todas las ofertas. Tenía un proyecto entre manos y quería finiquitarlo cuanto antes.

En cuanto terminó de escribir "Infinito" en 1994, Homero se lo dio a su madre. Eran 300 páginas y ella llegó a la última página en tres horas. Abrazó a su hijo, le dio un beso en la frente y le susurró:

-Es lo mejor que he leído en mi vida.

"Infinito" fue publicado a principios de 1995 con la sinopsis en contraportada de "Anciano de 81 habla con su yo de 18 años. Sueños, frustraciones, promesas, alegrías, experiencias. Un viaje al anochecer".

El libro fue como una pandemia. No hubo necesidad de tremendas campañas publicitarias, sus conocidos de la universidad lo promocionaban entre amigos, compañeros y familiares. En menos de 6 meses, "Infinito" vendió dos millones de ejemplares. En un año, seis millones.

Homero bebió un sorbo y se asomó por el mirador. El otoño se abría paso en Manhattan, con árboles anaranjados y viento a tirones. Le gustaba estar ahí, en el centro del mundo civilizado, contemplando desde las alturas cómo el éxtasis veraniego se reducía en pos de un tiempo  sombrío. 

Donde otros veían tiempo inestable, él contemplaba hermosa decadencia industrializada. Acero, el nuevo mármol. Rascacielos, los oráculos redivivos. Nueva York, Atenas implacable o vanidosa Roma. En ambos casos, ideal.

"Bueno, sigamos".

Dejó la taza en la encimera y retornó a su cuarto espartano de creación. Dos párrafos en el Word y toda una historia en su mente.

El cielo estrellado coronaba su transitoria rendición. Así funciona su vida...

"Vamos a ver, ese tiempo verbal no está bien expresado y "vida" redunda."

Vinieron los premios y el inevitable salto a las librerías internacionales. El éxito  de "Infinito" en países tan diversos como Estados Unidos, Brasil, India o China (aunque en este último se tuviera que censurar el capítulo relacionado con democracia) le convirtió en un genio del siglo XX, a la altura de Sartre, Einstein o Hemingway. 

Coincidían critica y público, en una de esas peculiares comuniones que de tanto en tanto alumbran el mundo de las letras. Con las ventas haciéndole multimillonario, artículos como el de Forbes retrataban "Infinito" como "libro imprescindible para comprender pasado, presente y futuro de la Humanidad. No duda en señalar a los auténticos culpables de las injusticias mundiales y se permite el lujo de descubrir un camino hacia la autorrealización personal."

¿Y cómo acogió Homero esta fama mundial repentina? Pues como si le hubiesen enviado la publicidad de una pizzería. Seguía viviendo con su madre, ya jubilada, y acudiendo a algún que otro acto de firma de libros. No se le conocía novia y pretendientes no le faltaban. 

Ahí tuvo carnaza la prensa amarilla. Muchas muchachas, navarras, italianas o incluso una china,  con afán de lucro u obsesión malsana afirmaban haber mantenido relaciones con Homero. Cada caso saltaba a la escena mediática con virulencia. Debates mundiales del corazón sobre una persona que no se dignó a verificar, aclarar o rechazar ninguna acusación, por muy descabellada que fuera. Una vez un reportero televisivo le puso un micrófono delante y le preguntó sobre un supuesto hijo no reconocido. Él respondió con una sonrisa:

-Al anciano que lo interprete Sean Connery.

El cielo estrellado coronaba su rendición. Así funcionaba, debilidad constante con fortaleza  puntual. Ya se pondría en pie de nuevo, ya desafiaría a su sino, ya. 

Se sacudió las hojas de su ropa, secó su llanto y emprendió el camino a casa...

"Casa puede servir por ahora, aunque signifique algo más que hogar. Veremos su encuadre tras el resto de frases. Contexto, contexto, contexto."

Se sacudió las hojas de su ropa, secó su llanto y emprendió el camino a casa o a aquello que consideraba como tal. Un lugar para dormir y comer. Un punto fijo. Un techo.

Y su deseo se hizo realidad. En 1999, Martin Scorsese se hizo con los derechos de "Infinito" para llevarla al cine y Sean Connery interpretó, cómo no, al protagonista envejecido. De su réplica joven hizo Leonardo DiCaprio. El guión fue redactado por el mismo Homero, que rechazó cualquier interferencia externa en su obra. 

Fue un rodaje complejo. Homero puso como condición en el contrato de adaptación la supervisión y aprobación del material rodado. Tuvo sonadas diferencias de criterio con el director de "Toro Salvaje" y "Taxi Driver" en cuanto a planos, duración de la película y el mismo guión.

Redactó 500 páginas entre diálogos, indicaciones de cámara, gestos de los actores y bocetos de escenas. El realizador norteamericano lo tachó de intromisión en su trabajo y amenazó incluso con abandonar. Tras meses de disputas, en enero del 2.000 comienza el rodaje de "Infinito" con un acuerdo en el que Scorsese permitía el asesoramiento de Homero mientras este fuera respetuoso en sus formas. 

5 horas de material antes de entrar en la sala de montaje, que se quedaron cuatro tras algunos recortes aprobados por Homero. Una magna novela visual que se estrenó por todo lo alto en el Teatro Chino de Hollywood, en septiembre de 2001.

Allí estaban todas las grandes estrellas para ver uno de los acontecimientos del nuevo siglo. Homero se presentó con su madre, que ya empezaba a tener los primeros síntomas de Alzheimer, llegando a pedir a Tom Hanks que le guardara el chaquetón.  

El escritor dibujaba una leve sonrisa mientras su madre miraba con extrañeza. Era una fiesta del mundo en su honor y en el de su obra. Camareros sirviendo copas por él, Al Pacino y Robert De Niro discutiendo sobre el pasaje del libro en el que el anciano suspiraba por sus amores platónicos... Todos satélites girando sobre él.

Más de 3.400 hombres y mujeres abarrotaban la sala. Por mucho lujo, elegancia y distinción, aguardaban como críos a Papa Noel. Todos menos Homero, satisfecho de tener a los poderosos de la industria cultural a sus pies.

Se apagaron las luces. La pantalla se iluminó. La clásica cuenta atrás del cine de los 20, una petición del autor. Nadie podía imaginar lo que sucedería tras el 1. 

Ni siquiera Homero.

Solitario y cansado. Cansado de sobrevivir, cansado de persistir, cansado de fingir. ¿Por qué no gritar? ¿Por qué no suicidarse? ¿Por qué no...?

"Son demasiadas repeticiones, aunque tienen fuerza. A ver hasta dónde puedo llegar."

Solitario y cansado. Cansado de sobrevivir, cansado de persistir, cansado de fingir, se lamentaba por un lado. ¿Por qué no gritar? ¿Por qué no suicidarse? ¿Por qué no luchar?, se cuestionaba por otro.

¿Qué tenía que perder?

Nada. Eso era lo triste, que nada le atara.

Su visión borrosa ya le vislumbró el horror. No oía nada, podía sentirlo su piel. La luz fugaz y el violento temblor. Cuerpos descuartizados en butacas derribadas por la fuerza de la explosión. Homero percibía el llanto de los supervivientes y centenares de almas que abandonaban sus mutilados cuerpos terrenales. 

Buscó a su lado, a su madre. Un cadáver tenso y con los ojos diabólicamente abiertos.

Los bomberos le rescataron media hora después. Guardaba a su madre entre sus brazos, cual peluche de la infancia hallado tras días desaparecidos. En un principio hasta creyeron que también había muerto. No movía ningún músculo, ni un gesto de drama en su cara.

A día de hoy se desconocen los motivos y los autores de la masacre. Hollywood había perdido a la inmensa parte de sus astros y nadie daba una explicación o una causa. En un principio se aludió a los musulmanes como responsables, pese a que no existía ninguna prueba que respaldara tal hipótesis. 

Tal nivel de secretismo sólo podía lograrse mediante una organización cerrada a alistamientos, itinerante y con contactos exteriores limitados. Probablemente una familia, como declaró el FBI. 

A pesar del atentado terrorista en la premiere, "Infinito" consiguió la recaudación en taquilla más alta de la Historia. El temor inicial fue sustituido por un masivo apoyo a la cinta, que se pudo estrenar incluso en Arabia Saudí o Corea del Norte, previo corte de los pasajes más delicados en cuanto a su contexto sociopolítico. 

Homero no hizo ninguna declaración pública a partir de entonces. Se compró un ático en Nueva York y se encerró allí desde entonces. No fue ninguna gala de premios, ni las vio por televisión, aparte de que ni tenía televisor. Sus dos Oscars por mejor guión y mejor película, sus correspondientes Globos de Oro, su Palma de Cannes, su Premio César, su Oso de Plata y sus Goyas cogían polvo en una caja de cartón enterrada entre decenas de libros.

Ya habían pasado 20 años desde el atentado y aquel día escribía su segundo libro. 

Le debían algo. Una disculpa, un paréntesis, un rayo de luz. Sabía que esa petición resultaba una quimera, ya que no existía ni existiría pago por semejante tormento, por todas excursiones al campo para regar los árboles con sus traumas. El intento resultaba imprescindible, porque sólo tomas conciencia cuando actúas inconscientemente. 

El Quijote luchó contra molinos y él lo tenía presente. Fue derrotado por su ideal o eso se dice, mientras se obvia que la verdadera pérdida deviene de aceptar la realidad y que tan sólo nuestra mente nos hará ganadores en los segundos finales del aquí. 

Un tránsito por el desierto yermo y baldío, donde los oasis son crueles espejismos de felicidad. No existe. No hay objetivo alcanzable, siempre habrá otro más adelante. Un conejo motorizado y los galgos detrás, que no lo cogen y que jamás lo cogerán.

Aquel con familia e hijos. Presuntamente autorrealizado, honestamente anestesiado. Acepta la sociedad que automáticamente le limita y le castiga si mínimamente despierta. Algunos dirán que su voluntad era esa. Mentira. El hombre tiende a ser salvaje, a construir su propio mundo, aquel que domina con puño de hierro.

¿Qué dominio cabe en la familia? Son fruto de tu misma sangre, de acuerdo. Se asemejan a ti, está bien... ¿Pero te pertenecen? ¿Forman el yo? No, se construyen con independencia y por eso no pertenecen al yo, sino a un nosotros frágil, donde cualquier imprevisto rompe el vínculo vital.

"Borrar, borrar, borrar".

Homero suprimió los cinco últimos párrafos. Le pasaba constantemente cuando tecleaba. El pesar le dominaba y construía paraísos mentales, donde él era su único Señor. Allí se encontraba su madre, etérea y con blancos ropajes, aguardando otra buena noticia de su hijo.

Paraba, se asomaba al balcón, admiraba el fruto de la civilización. Varias semanas más tarde, regresaba al ordenador y creaba otra vez, soñando con localizar el hilo perdido de su historia.

Levantó la vista. Su pueblo se iluminaba al fondo. Algo tenía, no todo estaba perdido. Gente como él poblaba el mundo y, con fortuna, otro espíritu necesitado viviría por allí cerca. Ya basta, exclamó para sí mismo, debo salir, buscar, conocer, amar. 

Debo salir, se repitió a cada paso hasta la aldea, debo salir. 

-Y saldré.









































 

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