domingo, 12 de febrero de 2012

Se7en, la radiografía de los 90

"Vemos pecados en todas partes. Vemos pecados en las calles, en las casas, y los toleramos. Pues yo digo: ¡Ya no más!" (John Doe, Se7en)

Pocas películas americanas son tan crudas y desagradables como la segunda obra de David Fincher, "Se7en". También es cierto que muy pocas son tan hipnóticas y atractivas como ésta. De forma superficial, podríamos definirla como un thriller políciaco de tintes religiosos. Sin embargo, quedarnos en esta mera descripción quita gran parte de la esencia de este largometraje.

Siete pecados capitales, siete muertes a manos de John Doe, excelentemente interpretado por Kevin Spacey. El asesino controla todo como si fuera un dios, incluida su detención y posterior muerte son a voluntad propia. A pesar de los esfuerzos de los detectives, John Doe cuenta con una ventaja: la ausencia de lazos comunitarios en una gran ciudad como Nueva York. Nadie conoce a nadie, todos van a lo suyo y si las otras personas no les molestan, mejor.

Se refleja esto en la víctima de la Pereza, que se lleva un año atado en la cama de su piso. El casero jamás se percató de que le estaban torturando, porque pagaba todo a su tiempo y encima no hacía ruido. "El sueño de cualquier casero", como dice ironícamente uno de los detectives.

La evolución del detective Mills a lo largo de la película resulta curiosa. Desde la desgana primera hasta la excitación última, producto de verse dominado por John Doe, que se adentra en su cabeza para terminar desquiciándola.

Arrodillado frente a Mills y Somerset, John Doe culmina su obra maestra. El "malo" gana, los "buenos" pierden. No hay justicia posible en una época dominada por la desconexión y la indiferencia. Los siete pecados capitales se convierten así en los siete rasgos principales de la oscura década de los 90.

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